miércoles, 17 de agosto de 2011

La parábola del loco

"¿No habéis oído hablar de ese hombre loco que, en pleno día, encendía una linterna y echaba a correr por la plaza pública, gritando sin cesar, “busco a Dios, busco a Dios”? Como allí había muchos que no creían en Dios, su grito provocó la hilaridad. “Qué, ¿se ha perdido Dios?”, decía uno. “¿Se ha perdido como un niño pequeño?”, preguntaba otro. “¿O es que está escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se ha embarcado? ¿Ha emigrado?” Así gritaban y reían con gran confusión. El loco se precipitó en medio de ellos y los traspasó con la mirada: “¿Dónde se ha ido Dios? Yo se los voy a decir”, les gritó. ¡Nosotros lo hemos matado, ustedes y yo! ¡Todos somos sus asesinos! Pero, ¿cómo hemos podido hacer eso? ¿Cómo hemos podido vaciar el mar? ¿Y quién nos ha dado la esponja para secar el horizonte? ¿Qué hemos hecho al separar esta tierra de la cadena de su sol? ¿Adónde se dirigen ahora sus movimientos? ¿Lejos de todos los soles? ¿No caemos incesantemente? ¿Hacia adelante, hacia atrás, de lado, de todos lados? ¿Hay aún un arriba y un abajo? ¿No vamos como errantes a través de una nada infinita? ¿No nos persigue el vacío con su aliento? ¿No hace más frío? ¿No ves como se oscurece, cada vez más, cada vez más? ¿No es necesario encender linternas en pleno mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿Nada olfateamos aún de la descomposición divina? ¡También los dioses se descomponen! ¡Dios ha muerto y nosotros somos quienes lo hemos matado! ¿Cómo nos consolaremos, nosotros, asesinos entre los asesinos? Lo que el mundo poseía de más sagrado y poderoso se ha desangrado bajo nuestro cuchillo. ¿Quién borrará de nosotros esa sangre? ¿Qué agua podrá purificarnos? ¿Qué expiaciones, qué juegos nos veremos forzados a inventar? ¿No es excesiva para nosotros la grandeza de este acto? ¿No estamos forzados a convertirnos en dioses, al menos para parecer dignos de los dioses? No hubo en el mundo acto más grandioso y las futuras generaciones serán, por este acto, parte de una historia más alta de lo que hasta el presente fue la historia. Aquí calló el loco y miró de nuevo a sus oyentes; ellos también callaron y le contemplaron con extrañeza. Por último, arrojó al suelo la linterna, que se apagó y rompió en mil pedazos: “He llegado demasiado pronto, dijo. No es aún mi hora. Este gran acontecimiento está en camino, todavía no ha llegado a oídos de los hombres. Es necesario dar tiempo al relámpago y al trueno, es necesario dar tiempo a la luz de los astros, tiempo a las acciones, cuando ya han sido realizadas, para ser vistas y oídas. Este acto está más lejos de los hombres que el acto más distante; y, sin embargo, ellos lo han realizado.

El canto del pájaro

Los discípulos tenían multitud de preguntas que hacer acerca de Dios.
Les dijo el maestro "Dios es el desconocido y el incognoscible. Cualquier afirmación acerca de Él, cualquier respuesta a sus preguntas, no será más que una distorsión de la verdad"
Los discípulos se quedaron perplejos: "Entonces, ¿por qué hablas de Él?".
"Y por qué canta el pájaro", respondió el maestro.
El pájaro no canta porque tenga una afirmación que hacer. Canta porque tiene un canto que expresar.

Las palabras del alumno tienen que ser entendidas. Las del maestro no tienen que serlo. Tan solo tienen que ser escuchadas, del mismo modo que una escucha el viento en los árboles y el rumor del río y el canto del pájaro, que despiertan en quien lo escucha  algo que está más alla de todo conocimiento.
Una ocasión, Santo Tomás de Aquino, caminando cerca de la playa tratando de resolver todos los misterios en torno a Dios; se distrajo al mirar a un niño.
El pequeño tenía una jícara con la cual corría hacia el mar, la llenaba de agua y se regresaba a vaciar el líquido en un hoyo que él habia cavado en la arena. Y ésta acción la repetía constantemente.
El sabio, se le acerco al chamaco y le preguntó porque estaba haciendo eso.
Y la respuesta fue que quería meter todo el mar en el agujero.
Santo Tomás se carcajeo, y le dijo que eso era imposible, porque la inmensidad del mar, no puede entrar en ese hoyito.
Y el pequeño, le contesto, pues lo que yo hago se parece a lo que tu quieres hacer, que es meter a Dios en tu pequeña cabez.
Desde aquel día, el gran filósofo dejo de escribir.